Las estrellas siempre han admirado a los hombres. Pequeños y grandes se han sentido atraídos por el universo admirable de una noche estrellada o por el mar de soles que iluminan las horas de oscuridad. Estrellas de mil formas y tamaños, cada una con su especial luminosidad. Incansables y fieles noche tras noche y siglo tras siglo, son como el manto que arropa y protege o como una canción hecha de fulgores y de guiños que da gusto mirar. Por eso las admiramos tanto, porque descubrimos en ellas el misterio y la magia, una gracia especial del Creador.
Cada uno de nosotros somos como una estrella. En nuestro corazón, Dios ha puesto una fuerza, una energía, una luz, una porción de su propia vitalidad. Para que luzca día tras día, para que aliente cada tarea, para que brille en cada rato de trabajo y convivencia, para que nos ayude a hacer el bien a las personas… Nuestros colegios tienen estrella. Del mismo modo que una estrella se forma de varias puntas, el colegio nos invita a tejer una red de actividades, proyectos y recursos. El curso escolar se convierte así en el firmamento que nos permite desplegar la estrella que nos hace mejores y nos ayuda a crecer. Esa estrella, la que cada persona guarda y cultiva en su interior, es la que hemos de hacer brillar de continuo: en casa y en el colegio, en la calle y en el campo. Cuando estudies, cuando reces, cuando juegues, cuando rías... “haz brillar tu estrella”.